Su voz ronca da más dramatismo a sus canciones, más tristeza si se quiere. Bob Dylan es inconfundible y, para algunos, un genio.
Este año, como no podía ser diferente, el cantautor estadounidense se convirtió en el segundo favorito de las casas de apuestas británicas para alzarse con el premio Nobel de literatura, y aunque resultó no ser para él, no era descabellado pensar que el músico, nacido el 24 de mayo de 1941 en Duluth, Minnesota, se llevara el premio.
Para encontrar la razón a la posible premiación hay que remitirse a lo que Dylan ha ganado. Así se ve que el músico, quien ha grabado más de una treintena de discos entre los de estudio y en vivo, hace siete años logró alcanzar el premio Príncipe de Asturias de las Artes por su “combinación de canción y poesía”. Asimismo, en el 2007, para sorpresa de todo el mundo, se llevó el Pulitzer a casa, el galardón más importante para los artistas estadounidenses. En ambos casos, se hizo hincapié en que sus creaciones artísticas van más allá del simple espacio popular y que han causado un gran impacto en la sociedad.
En 1959, Dylan entró a la Universidad de Minnesota. El traslado a la gran ciudad le abrió nuevas posibilidades, permitiéndole conocer un amplio abanico de estilos musicales, desde el country hasta el rock. Se puso a experimentar en ello logrando un estilo único.
Desinteresándose por los estudios, Bob Dylan comenzó su carrera como solista, tocando en locales nocturnos, siempre con su guitarra y su armónica. Fue en esa época (inicios de los años 60) cuando decidió adoptar el nombre artístico de Bob Dylan, en honor al poeta Dylan Thomas.
Los estudios no fueron para él, los abandonó y cambió su vida hacia Nueva York. Ahí nació el Dylan que todos conocemos.
Por Ivonne Guevara
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