Las cartas de despedida parecen ser mi especialidad, así que sin más “palabras” (que, por cierto, son lo único que tengo y siempre tuve), te deseo de todo corazón esa felicidad que se que vas a perseguir y que te fue esquiva con ese último que al parecer no fue tu Príncipe Azul.
Ojala, y lo digo con todo el cariño y aprecio que te tengo, este nuevo rumbo que te ofreció el camino sea definitivamente ese que te ame como se lo merece una princesa de tu talla. Sólo espero que este a tu altura el ladrón que hoy goza de tu compañía.
Por otra parte, quiero contarte que admiro tu valentía. Esa que a mi no se me despierta para poder olvidarme y volver a empezar. Quisiera tener al menos una pequeña porción de tu coraje para enfrentar la vida sin anestesias ni cristales de por medio. Y no quiero seguir escribiendo, porque la vista se me comienza a nublar. No se si es el efecto de todo lo que tomé antes de escribirte este mensaje o es simplemente el temporal de mis ojos.
Gracias por tu amistad, lejana, pero cierta.
Atte. Un desconocido amante de la soledad.
Por David Rodriguez
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