Hace algunos días debí leer para la facultad un artículo sobre el interior y el exterior en el budismo Zen. Debo reconocer que comencé la lectura con un halo de desconfianza, estimo que propio de mi cultura occidental. Pero de a poco, la temática comenzó a atraparme, quizás justamente por lo extraña y ajena. Fue así que algunos ejemplos, que se mencionaban en el texto para entender esta filosofía oriental, me dejaron reflexionando.
“Cuando se escucha intensamente una música bella, ya no se la escucha, puesto que uno mismo es música mientras dura”. De esta manera, el autor Toshihiko Izutsu, practicante del budismo, explica que “en ese intenso momento, la música es escuchada tan profundamente que ya no existe una persona determinada que la escucha ni música escuchada: ya no hay un “yo” opuesto a la música; hay simplemente música sin sujeto ni objeto”.
Un segundo ejemplo, que también se relacionaba con el arte, me sorprendió y creo necesario compartirlo. “Supongamos que un pintor de Extremo Oriente quiere trazar en blanco y negro la imagen de un bambú. En primer lugar, no buscará en modo alguno el parecido. Antes que ninguna otra cosa, quiere penetrar la realidad interior del bambú y dejar que el “espíritu” de la planta emane de su pincel como si se tratase de una secreción natural del bambú mismo”.

“No es exagerado decir que Oriente tiene un temor terrible a la vida dinámica. Asimismo, Occidente tiene un temor terrible a la solitaria calma del ser”
Por Rocío Rimoldi
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