Sentada en una mesa
de La Perla me
pongo a observar mí alrededor. Gente comiendo, tomando café e ignorando el
entorno. Un poco me duele, noto con pena como pasan, caminan sin parar enfrente
de cuadros fotográficos de nuestros héroes roqueros, ellos tan bellos con sus micrófonos
y sus guitarras y nadie los ve, nadie se detiene.
Es nuestra
historia la que esta colgada en esa pared, es nuestro pasado y también nuestro
futuro. Tanguito en el centro, Moris, Lito Nebia, Javier Martínez, todos juntos
y en un costado del mostrador, en una foto a color y en mayor tamaño esta él,
Luis Alberto, quien cuida y acompaña a todos los antes nombrados y nos acompaña
también a cada uno de nosotros; No es casualidad tampoco que se encuentre justo
mirando el pequeño escenario ubicado en el medio del bar – restaurante para
continuar apadrinando a sus colegas, músicos que pese al dolor todavía en sus
almas buscan refugiarse en las melodías para seguir adelante y aferrarse más
que nunca a la vida.
Se percibe algo
especial en el ambiente, creo que sé lo que percibo pero me niego a
reconocerlo, sigo pensando…Será la magia de todos nuestros roqueros – poetas juntos,
será que Tanguito y su tema La
Balsa nunca se fueron y continúan naufragando por la esquina
de Av. Rivadavia y Jujuy. Será que todo un ambiente maquillado para el turismo
no puede y no pudo nunca con los sueños de los jóvenes del ’60.
Aquí, hoy y
ahora, en el año 2012 y más de 30 años después, sus espíritus libres,
creativos, mágicos, permanecen impregnados en el aire, pese a las indiferencias
de una sociedad que va y viene, corre y no piensa, pese a que nadie los observa
ellos continúan ahí y se hacen sentir, porque tuvieron una idea y es la de
quedarse en el lugar que ellos más querían. Ya no les falta nada para irse,
pero ellos caminar ya no podían, por eso construyeron una balsa y naufragaron y
naufragan hacia la locura, una locura que encontraron en La Perla del Once, su lugar
para no irse más.
Por Mariana
Burgio
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