miércoles, 12 de octubre de 2011

"Los hijos de la calle" (1996)

La mundología de la que tanto se ufanan los que hoy están de vuelta a veces no sirve para nada. ¿De qué vale la experiencia cuando el dolor invade los recuerdos?. ¿Cómo seguir como sin nada y levantarse al otro día soñando en un día mejor?. ¿Cómo subir la vista cuando el peso de las espaldas es más grande que nosotros mismos?. ¿Cómo rescatar energía y ganas de seguir, cuando las pesadillas no te dejan dormir?.  Seguramente, estas y otras preguntas son las que se hizo Barry Levinson, para llevar al cine una que película basada en la novela de Lorenzo Carcaterra, que abre los ojos y llena de bronca e impotencia.

La historia transcurre en Nueva York, cuando un grupo de cuatro chicos cometen un crimen, causado por la mugrosa casualidad y ese terrible sentimiento de estar donde no se debía estar. La mala suerte los acompañó y sin querer, una imprudencia se llevó la vida de una persona y los acusados fueron ellos.

Por esta razón, los jóvenes son enviados a una prisión de menores, que como toda institución se regodea en sus títulos de “reformar” personas. Una estupidez tan grande, como real. Allí, fueron sometidos por las investiduras que por tener placa y uniforme se creen con autoridad de juzgar y hacer a su antojo lo que les plazca. Así fue que los cuatro chicos fueron violados y torturados a más no poder. Pero una vez afuera, ya siendo mayores, la casualidad los encontraría con sus victimarios. Y como el derecho es una exigencia a la que la justicia no obedece, ¿qué mejor que hacerse cargo uno mismo?.

Por David Rodriguez

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