miércoles, 30 de marzo de 2011

Pirata madrileño, pero de Úbeda

                              
Una pequeña ciudad, cuna de escritores como lo es toda España, Úbeda, dio vida a uno de los más grandes poetas, siempre contemporáneo. Su apellido era Martínez. Y sin embargo…, por su madre, prefirió Sabina.
Joaquín, con sus cuarenta y veintidós años a cuestas, tiene un cuore dividido en dos: Carmela y Rocío, sus dos retoños, ya adolescentes, ya adultas.
Como en cada oración, su voz ronca, raspada por el humo y el güisqui on the Rocks, delata lo que aprendió de las noches. Flaco y calavera, lo destaca su postura siempre combativa, sin censuras, a la hora de jugarse la boca.

Su lugar en La Tierra es Madrid. Allí su inspiración encontró motivos para brillar. Pero la historia de los excesos lo llevaría a un túnel, tétrico y oscuro, diagnosticado por él mismo como “el marichalazo”. Aquella mala salud de hierro lo puso a prueba con un ictus cerebral y nunca más, de la noche a la mañana, volvió a esnifar una raya. Comprendió así que los “tacos” no vienen solos y que, tal vez, era hora de sentar cabeza. Al menos un poquito.
Pensar que iba para profesor de Literatura y lo de cantante fue una casualidad, todo gracias a La Mandrágora, sitio donde comenzó tocando con su eterno amigo Javier Krahe para unos trescientos envinados, siempre con orgullo y exprimiendo al máximo los momentos de malas compañías bien entendidas.
De niño fue castigado por las apreciaciones de sus compañeros ante su impopularidad. Claro, un flaquito curioso y tímido como él no podía competir contra los deportistas de la escuela, aclamados por las muchachas. Sólo era cuestión de esperar al tiempo. Él pondría las cosas en su lugar. Fue cuando sus frases en verso, diciendo lo que ya se dijo, aunque con el sello inconfundible de su pluma, despertaron más de un suspiro, conquistando los escenarios latinoamericanos como pocos.

Es defensor acérrimo de las golfas que tanto adora. Son enfermeras de esos corazones esclavos de su soledad, pero no cualquiera pagaría sólo para oírlas hablar. No cabe en la cabeza, bastante bien amueblada, de este “gallego” el concepto de discriminación ante el laburo más viejo de la humanidad. Después de todo, puede llegar a ser más digno que cualquier cargo político.
Rojo y ateo, es y seguirá siendo un referente en su oficio. Alzando la bandera de las causas perdidas. Cantando y contando a su manera, las historias sobre su calle melancolía y traspiés que todos conocen, pero pocos se atreven a dilucidar.
Bienvenido y A su salud Sr. Joaquin.


Por David Rodriguez

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