martes, 29 de marzo de 2011

Baile de luto



Rebelde, transgresora, independiente y fuera de lo normal. Así era la bailarina y coreógrafa Sonia Osorio.  Bailo desde que tengo uso de razón, solía decir como admitiendo que su destino había estado desde siempre trazado.

A los tres años bailó para la poetisa Gabriela Mistral en un homenaje que le realizaron en Barranquilla y a los 9, cuando regresó a la capital, empezó su formación en la música clásica y el arte.
Su pasión por la danza, esa misma que pervivió en su cuerpo y que no la abandonó ni siquiera con la tiranía de la edad, fue cultivada en diferentes países del mundo, en donde tuvo contacto con la danza moderna, el tap y el folclor, y aprendió de bailarinas de la talla de Magda Brunner, la figura más importante del Ballet de Viena. Su maestra.
Alguna vez un cura amenazó con excomulgarla por unas palabras impertinentes que escribió sobre los Reyes Católicos, dijo que ella se había autoexcomulgado a los 12 años. Se casó tres veces en épocas en las que el matrimonio era para siempre: primero con un alemán, con quien tuvo dos hijos: Kenneth y Bonny Blue Siefken. Luego, con el maestro Alejandro Obregón, con quien dijo haber vivido los 10 años más felices de su vida. “He medio amado a varios, pero amado amado, sólo a uno”, dijo alguna vez en una entrevista a El Espectador. De ese matrimonio nacieron sus dos hijos Rodrigo y Silvana. Luego contrajo nupcias con un marqués italiano, con quien tuvo a Giovanni Lazoni.
En 1960 fundó Ballet de Colombia Sonia Osorio, un grupo folclórico en el que las raíces ancestrales y tradicionales de su país se cruzaron con las técnicas modernas del ballet y el espectáculo. A partir de ese encuentro el Ballet participó en los festivales de danza más importantes en el mundo, así como en los más reconocidos escenarios, como París, Nueva York, Buenos Aires, São Paulo y Montecarlo. Conservando las tradiciones al enriquecerlas con procedimientos clásicos, el Ballet también aportó al posicionamiento de una imagen del país en el exterior.
El año pasado, la mujer que daría una nueva vida a la danza tradicional colombiana, fue condecorada con la Cruz de Boyacá , en el marco de los 50 años de la fundación de su grupo artístico y como reconocimiento de una larga estela de triunfos nacionales e internacionales. A un día de su partida, sólo podemos recordarla como ella hubiera querido y como ella misma se definía: “Una mujer fuera de lo normal, que respeta y quiere que le respeten su independencia”.
Por Ivonne Guevara
Fuente de la información.

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