
Es que los muchachos y las muchachas bloquearon automáticamente sus cabezas para mentalizarse en lo que vendrá en un par de horas. Luego de quitarse el disfraz que de lunes a viernes los condiciona, saldrán para ver a los de siempre, para hacer lo de siempre, para ser lo que son. En el fondo de ese pozo que es la noche oirán sólo sus voces; sus carcajadas, que por instantes serán risas; sus anécdotas, recientes y clásicas; sus historias, las que jamás deben ser contadas. Pero las agujas girarán y el relato empezará a desteñirse. Una pequeña sombra de luz anunciará lo tarde y temprano que es. Será irrefutable la rendición, una vez que el primero se anime a despedirse. Tras él seguirán como escalonadamente los demás: “nos vemos el finde que viene”, y otra vez al cajón.
Por David Rodríguez
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