miércoles, 1 de diciembre de 2010

Paréntesis

Las lágrimas de arriba caen copiosamente y se estrellan de jeta en el pavimento de la colorida ruta. Los ojos de los autos avanzan provocando a la distancia, en algún panóptico, un efecto de luces digno de las películas más pochocleras y hollywoodenses. Las gotas revientan con fuerza en los parabrisas que no cesan de pestañar. La oscuridad que ofrece el techo de la postal se hace única protagonista del momento.

Es que los muchachos y las muchachas bloquearon automáticamente sus cabezas para mentalizarse en lo que vendrá en un par de horas. Luego de quitarse el disfraz que de lunes a viernes los condiciona, saldrán para ver a los de siempre, para hacer lo de siempre, para ser lo que son. En el fondo de ese pozo que es la noche oirán sólo sus voces; sus carcajadas, que por instantes serán risas; sus anécdotas, recientes y clásicas; sus historias, las que jamás deben ser contadas. Pero las agujas girarán y el relato empezará a desteñirse. Una pequeña sombra de luz anunciará lo tarde y temprano que es. Será irrefutable la rendición, una vez que el primero se anime a despedirse. Tras él seguirán como escalonadamente los demás: “nos vemos el finde que viene”, y otra vez al cajón.

Por David Rodríguez

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