miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ida a Villa Rosa


El tren de Ida a Villa Rosa paró en la estación Del Valle a las 21.20hs. Un tipo de chomba rosa, pantalón de jeans y un bolso al hombro que estaba en el andén se acercó al mostrador de uno de esos típicos boliches de estación. Allí donde una comida rápida y algo para aliviar el garguero sacan del apuro a cualquiera. El hombre de unos 40 años le pidió algo al bolichero y este hizo un gesto utilizando no sólo su cabeza, también su cara. La respuesta era “no”. Yo supuse que le había pedido algo para tomar como para seguir con la curda aparente y real con la que volvía, pero después, creo que con la certeza de quien algo de esos momentos entiende, supuse que le había pedido ingresar al baño. Al tiempo que el ruido del tren daba la señal para que el último trepe de una vez. Y el último, ese que iba de chomba rosa, se subió.
Se sentó en uno de esos pocos asientos que a esas alturas quedaban libres. Era uno de esos de cuatro asientos enfrentados, dos de un lado y dos del otro. A su lado iba una chica joven que hablaba por celular y relojeaba a su amiga sentada en el asiento opuesto. El tipo se sentó. Se lo notaba un tanto “alegre” y no era precisamente felicidad lo que afectaba su carácter. Parecía estar un poco transpirado, al menos la cara le brillaba y parecía sonrojado. Al rato, otro tipo que iba en el tren vio la posibilidad cuando una gorda bajó y fue a acomodarse frente al amigo de rosa. Eran compañeros de trabajo y por lo visto uno había subido más tarde y no se habían podido sentar juntos a charlar. Pero ahora estaban otra vez hablando. El de rosa le contó que su sobrino se había llevado 15 materias a marzo. Este tenía una voz más bien difónica, pero fuerte. El otro tenía la voz más grave, pero hablaba despacio. Ambos habían tomado algo previamente, pero ninguno estaba borracho ni haciendo estupideces. Estaban, tal vez, la definición correcta sea: picados. Nada que con un poco de aire no mejore, pero insisto, no estaban mal.
En cierta estación el compañero del de rosa se bajó y lo saludó. Aún sentado, el otro le gritaba que él también se iba a bajar porque los esperaba “El Tano”. El que bajó se reía, pero ya no había vuelta atrás, debía llegar a casa porque era jueves y había que “aguantar” un día más de laburo. El tren volvió a arrancar y el tipo de chomba que no había parado de parlar un segundo, enmudeció de repente. Inclusive su rostro rosado y alegre cambió de humor. Bajó la mirada de unos grandes ojos y se puso serio esperando bajar en su estación. Miró alrededor por unos instantes y finalmente, depositó su vista en la ventana que le propinaba un aire fresco que lo observaba y hacía adormecer. Pero lejos estaba de quedarse dormido. Sus párpados entrecerrados por el viento no se iban a cerrar y sus ojos estaban fijos en ningún lugar. Era como si en ese momento lo único que funcionaba era su cabeza, porque algo estaba pensando, pero nunca pude imaginar que era.
Por Carlos David Rodriguez

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