“Medio habitante por kilómetro cuadrado”, contestó Eduardo, el carpintero de Puerto Pirámides, cuando le consulté por la cantidad de gente que vive en el sur de nuestro país. Y parece muy poco, y hasta suena exagerado, pero es completamente cierto que la Patagonia argentina es, en gran medida, un territorio semi desértico.
En Pirámides, ese pequeño lugar ubicado dentro de la Península Valdés, en Chubut, los pobladores no llegan a sumar quinientos. Allí todos se conocen con todos, y la vida comunitaria es un juego que ellos aprendieron a jugar. Conocedores de la importancia del turismo, ante las preguntas de los visitantes, no dudan en recomendarse unos a otros, cada uno defendiendo su especialidad pero, a su vez, reconociendo las virtudes del vecino.
Y así ellos, rodeados de esos paisajes inconmensurables que les son propios pero que a los ojos de cualquier porteño son maravillosos e inalcanzables salvo en vacaciones, te invitan a quedarte. Que la paz y la inmensidad del lugar no tienen comparación con la urbe, que allí las expectativas y posibilidades son numerosas ya que “está todo por hacer”, que “a tu edad tenés que animarte”... Y finalmente logran, con esos argumentos sumados a la ya existente fantasía de vivir en un lugar tan mágico, que la incómoda pregunta interior sobre vivir en Buenos Aires reaparezca… ¿y si no vuelvo más?
Texto y fotos: Rocío Rimoldi
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