viernes, 28 de octubre de 2011

Creatividad

Ahí está la hoja en blanco. Todo un universo aún sin delinear en frente de mis ojos, y yo que sólo atino a jugar con el lápiz que danza entre mis dedos. Silencio, vacío, aburrimiento. La luz del velador curva levemente los renglones y mancha con sombras el blanco virginal. Suspiro. El aire se pierde en el ambiente y nada dibuja sobre el papel. Desorientado, intento evocar algún momento, alguna historia, algún rostro. Pero esta vez no hay labios ni ojos que me llenen. No son ellos los vacíos (al menos hoy), soy yo.
Me pregunto que sería de dios (¿o Dios?) si en el origen del universo no hubiese sabido qué inventar… De omnipotente a impotente por la simple carencia de la creatividad. Y así divaga mi mente en este momento, con la triste seguridad de que la impotencia que siento ahora es de lo más vergonzosa y que he perdido este juego de creerme Dios por goleada. Manso, el lápiz se deja caer de mis manos y explota en un silencioso golpe contra la alfombra. “La única lucha que se pierde es la que se abandona”, citaría mi abuelo en este momento alcanzándome nuevamente el lápiz. Lo mejor es darle una oportunidad más.
Quizá si fuera música lo que escribiera, las gotas que caen de la canilla y golpean contra los platos sin lavar o los agitados pasos de aquél que deambula en soledad por la calle me servirían como puntapié inicial. Una simple ayuda. O si supiera pintar, podría retratar mis manos impotentes que lentamente se asoman al triunfo. Pero aquí estoy, con la simple compañía de un lápiz con el que sólo se dibujar palabras. Palabras… Al fin y al cabo, sólo soy palabras.

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