Si tenemos que buscar un caso emblemático que sea sujeto de esta pregunta, el de Wolfgang Amadeus Mozart parece ajustarse bastante bien. Aquél compositor, al que gran parte del mundo musical occidental le adjudica el puesto del máximo genio de la historia, dejó la gran incertidumbre de cuál era su techo.
Pero cayendo con los pies en el suelo, olvidando las conjeturas estúpidas que de poco sirven, la realidad nos cuenta que hoy se cumplen 220 años del estreno de su obra más importante: “La flauta mágica”.
Uno de los aspectos que más se le elogia a este compositor fue la plasticidad que tuvo para moverse en distintos géneros de la música, realizando grandes obras para música instrumental solista, cámara, sinfónica, música sacra y óperas. Por aquellos años, luego de una gran tradición barroca de la ópera, este género seguía siendo el punto más alto al que podía llegar un compositor, en el que demostraba todo su saber y arte. “La flauta mágica” fue la última y mejor de sus 22 óperas. Claro que muchos pueden preguntarse cómo hubiese sido la 23…
La obra muestra la capacidad de Mozart de asimilar tanto los géneros ya establecidos por la tradición de largos años (representados por la ópera italiana) como también las nuevas corrientes musicales (el singspiel alemán). En cuanto a su historia, como marca la lógica de la época muestra las falencias emocionales del héroe, que está lejos de ser un hombre perfecto. También sorprende con un giro inesperado en la historia, donde los buenos se transforman en los malos y viceversa. Según dicen los historiadores, hay una marcada influencia de las ideas de los masones, institución a la que el músico pertenecía.
A continuación, el aria más conocida y quizá más bella de la obra, donde la Reina de la noche le pide a su hija que asesine a Sarastro, el demonio que la había secuestrado, o ella la desconocería como hija por el resto de la eternidad.
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