miércoles, 3 de agosto de 2011

Insanía ajena

De cuando en cuando me siento a reflexionar, emulando al pensador que vi reflejado en su estatua. Sin embargo, no encuentro siquiera una respuesta para los avasallantes interrogantes que vomita mi alma.

Detengo la pelota bajo la suela, pero se me escapa y rueda fuera del campo. Será que inconcientemente ya no quiero pensar más. Puede que el hastío me haya bloqueado o que hay ciertos momentos en los que la memoria hace mal.

Fuera cual fuera el meollo de la cuestión no puedo dejar de fatigarme la sesera. Existen instantes en los que también formulo una pregunta que últimamente me hago con singular frecuencia: ¿Qué separa la cordura del hospicio?.

Es decir, ¿cuál es la línea divisoria?, esa frontera que ordena de un lado a los sanos y del otro a los piantados. ¿Quién es el mandamás capaz de ubicar en una caja a unos y en la deriva a otros?.

Lo que no comprendo es: ¿por qué son ellos los que están en plena libertad?. Asesinan mujeres, pervierten niños y sin arrepentimientos continúan sus vidas sin parar un segundo. ¿Eso es normal?.

A mí jamás se me cruzó pensamiento tan siniestro como el de estos seres. Pero a pesar de eso, yo estoy aquí y ellos afuera. Aunque…claro,…ya sé. Ahora me cierra todo. No se como no me había dado cuenta antes.

Este lugar es demasiado pequeño como para encerrar a tantos. Por eso es que nos encierran a nosotros, los sanos. Dios nos aísla para protegernos de toda maldad. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?. Que bueno que no estoy afuera con esos locos.

Por David Rodriguez

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