martes, 4 de enero de 2011

Maldita Droga

“No tengo ganas de seguir, pero tampoco tengo ganas de parar”: el eterno dilema de quien no puede con la cuita que lo lleva a chocar contra los muros más insignificantes. Es que para aquel que corre a la vida desde atrás el duelo nunca termina. Entonces, asumiendo que la herida será imborrable busca salidas momentáneas, pequeñas distracciones que burlen al destino. Pero en el fondo, uno mismo sabe que todo aquello es una gran mentira.

El libro de Hugo Ropero, Maldita Droga, es un vívido relato de lo que padece cada uno de los zombies que divagan en los antros más ruines de la Ciudad, buscando el medicamento preciso para aliviar la desazón. Y nada importa más que conseguirla. Capaces son de llegar a la humillación extrema y arrodillarse ante cualquiera que le ofrezca una dosis.

Hugo era editor fotográfico de la Revista Noticias. Tenía 48 años cuando la oscuridad del paco le tendió su mano y él la tomó sin dudar. El imperio que había creado con años de esfuerzo y laburo ya se había derrumbado. Su matrimonio había muerto, al igual que su status económico. Y la gota que rebalsó el vaso le dio el último empujón: en 1997 asesinaron a su mejor amigo y colega, José Luís Cabezas, y su vida dejó de tener rumbo al descubrir el macabro manejo que la política tenía con los medios.

Cayó como cualquier hijo de vecino cuando entre marchito y taciturno aceptó lo primero que le ofrecieron. Teniendo un pasar sustentable y una vida aprobada por la sociedad, perdió el equilibrio, pero hoy puede contarlo. Así, su biografía escrita en primera persona no se calla nada. De la forma más clara, concisa y cruda posible retrata el karma que cada vez más argentinos padecen. Un pozo del que sólo no se sale.


Por David Rodriguez

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