domingo, 4 de julio de 2010

Extraña placita (pensamientos de un anudado)


La placita de mi barrio ya no está llena de niños. Los padres ya no hamacan a sus hijos. Y los amigos ya no suben ni bajan.

La polvareda que se alzaba en esa parte donde la pelota era el tesoro más preciado, ahora se halla sepultada de piedras. El pasto no quiere crecer, pues aún sigue esperando a los chicos que ya no vendrán.

El sol perdió su magia y ya ningún pequeño se acuerda de sonrojarse junto a él. Pasa las tardes contemplando la plaza que yace sola y triste. Conversan largas horas, pero nadie se acerca y se despiden sin haber podido descifrar la incógnita.

La placita saluda a la luna que prefiere no hablar. Tres muchachos se sientan en uno de los bancos en penumbras. Cubiertos por la noche, el humo que hacen se mezcla con la bruma. Ríen a carcajadas y beben su vino sin desperdiciar un sorbo. Inspeccionan sus herramientas de “trabajo” y se van.

La plaza los observa alejarse y en soledad rememora épocas felices, porque ella no le pertenece más a los niños. Hace tiempo que se olvidó de sus caras y no para de preguntarse: ¿a dónde habrán ido?, ¿por qué me han abandonado, ¿qué hice mal?.

Monitores y propagandas han atado de pies y manos a aquellos chicuelos que solían remontar sueños y barriletes. La sana ingenuidad es cosa del pasado, así como la imaginación.

La paranoia de la inseguridad vanagloria el encierro. Cuestión que la placita no entenderá. Pues jamás podrá contestar sus inquietudes. Seguirá, a pesar de ello, esperando a los que nadie sabe si volverán. Masticando el polvo de una cruel incertidumbre.


Por Carlos David Rodriguez

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