sábado, 24 de marzo de 2012

Monigotes

El aceite quema sobre la sartén. Líquido ruido a estática mezclado con el seco sonido del segundero que salta torpemente entre instante e instante. Por encima de su hombro, mamá mira el reloj. Comienza a preocuparse porque papá aún no llega. En la ventana, Viviana intenta descubrir alguna silueta familiar entre la lluvia, detrás del vidrio empañado. La tele está prendida, pero nadie la ve; mamá sólo intenta escuchar el inicio de cada noticia pero luego se aburre al descubrir que no hablan de ella, ni de papá… y menos aún de Viviana.
Una tos, llaves que se golpean entre si, la cerradura penetrada y las bisagras viejas. La nena salta de la silla que había colocado junto al ventanal y corre hasta el hombre empapado, que se quita los zapatos para entrar a la casa. Desde la cocina, mamá lo mira sorprendida, pero luego comprende que la acción de su esposo no fue para evitar manchar la alfombra, sino descansar los pies hinchados y húmedos.
“El clásico de Avellaneda terminó sin goles. Independiente no pudo de local frente a Racing, y Boca se aleja aún más en la punta del campeonato Metropolitano. En la próxima fecha…”, el noticiero jamás habla de ellos.
Papá levanta a Viviana y la hace tocar el techo. Luego se acerca hasta mamá, la abraza por la espalda y le agrega sal a la sartén, lo que provoca el empujón y los gritos de su mujer que finalmente ríe mordiéndose el labio inferior. Con ojos puros y enormes, Viviana mira la escena que algún día recordará como un sueño nublado y de sonidos graves y huecos.
La niña se sienta nuevamente junto a la ventana y comienza a dibujar con su dedo sobre el cristal empañado: un redondel, dos óvalos a los costados y otros dos por debajo, un círculo más pequeño arriba… Calabaza hueca, yerba, azúcar. La pava sobre la hornalla limita los movimientos de la sartén, y mamá comienza a fastidiarse en silencio. “Las autoridades de los Estados Unidos aún están buscando a los estranguladores de la colina, que ya han asesinado a cuatro mujeres en la ciudad de Los Ángeles…”, nunca de ellos.
            Papá va hasta el cuarto para cambiarse. Lejana y opaca, su voz dibuja una melodía hermosa que acaricia los oídos de Viviana, que automáticamente comienza a tararear la canción. Llueve aún más fuerte. Mamá se suma al canto y juntos tapan la tormenta. “Después, que importa del después…”.
            Mamá camina lentamente hacia su hija mientras seca sus manos con el repasador. La niña comienza a dibujar un nuevo monigote, esta vez un poco más alto, junto al anterior, y le roba una sonrisa a su madre. “Mañana habrá una leve caída de la temperatura, quince grados la mínima y veinte la máxima. Estará soleado y…”, la televisión continúa con su monólogo incesante y ya aburre a los oídos de la familia.
            Un óvalo, y otro, y otro más. El último monigote. La luz de un auto alumbra la calle empapada. El ruido del motor cesa bruscamente y las puertas se cierran con un golpe seco e intenso. Derriban la puerta, golpean a papá y lo llevan hacia el auto. Mientras tanto, otro lastima a mamá y la arrastra hasta la puerta de salida. Alguien toma de la mano a Viviana y ahoga sus llantos con una mordaza.

            Los zapatos de papá, aún embarrados y empapados, continúan al lado de la puerta. Persistente, el sonido líquido de la sartén se mezcla con el salto torpe del segundero. “Entre los estrenos más importantes de esta semana se encuentra sin dudas la película “Matineé”…”, el noticiero se encapricha en no hablar sobre ellos. La ventana comienza a empañarse, y los monigotes  desaparecerán.
                        Por Emanuel Villalba 

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