martes, 31 de enero de 2012

Feliz cumpleaños, Don Ata.

Sólo ocho cuerdas necesitaba para darle vida a las canciones más llena de realidad y campo. Tres de duro metal, tres de tenso naylon y dos vivas en su garganta. Ni siquiera Florencio Molina Campos pudo pintar tan bien el cotidiano rural como lo hizo Don Ata con sus letras y melodías.
Este viajero eterno decidió comunicar a los más lejanos su verdad de la manera que mejor sabía hacerlo, cantando. Pese al dolor que le significaba abandonar sus tierras sabía que tenía un destino marcado, como bien describió en su zamba Piedra y Camino: “A veces soy como el río, llego cantando. Y sin que nadie lo sepa, viday, me voy llorando”. De allí su nombre, Atahualpa Yupanqui, que en quechua significa “el que viene de lejanas tierras para decir algo”.
Pero ese algo iba más allá de los acostumbrados paisajes rurales, de las lúdicas danzas folklóricas o del amor en los campos. Ese algo estaba cargado del dolor de ver a los suyos sufrir con sus manos encalladas labrando la tierra; estaba cargada de la ideología que poco tiempo después lo encerraría en el calabozo, le significaría torturas con graves lesiones en sus dedos y, aún peor, el exilio.
Aquél exilio que logró que además de ser (sin dudas) profeta en su propia tierra, lo fuera en otras. No conforme con bañar Latinoamérica entera con sus cantos, les explicó a los europeos del día a día en las pampas húmedas. Y ellos se lo agradecieron nombrando su trabajo “Minero soy” como mejor disco del “Concurso Internacional del Folklore”.  
Hoy “Don Ata” cumple 104 años. Y cuando escribo cumple no me confundo, porque al igual que tantos otros grandes artistas que nos ha dado la historia, él vive en los viejos, adultos, jóvenes y niños que entonan y actualizan día a día sus cantos. 


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